GUÍA SEXTA DE OCTAVO-PLAN LECTOR
GUÍA SEXTA DE OCTAVO-PLAN LECTOR
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INSTITUCION EDUCATIVA OCTAVIO HARRY-JACQUELINE
KENNEDY DANE 105001003271 - NIT 811.018.854-4 -
COD ICFES 050963 // 725473 |
Código: FA 21 Fecha: 20/04/2020 |
Guía de aprendizaje por núcleos temáticos No 6 |
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Docente (s): |
Nayive Melo Duque |
Grados: |
8° |
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Año: |
2021 |
Período: |
2° |
Núcleo Temático: |
Plan lector |
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Objetivo de la guía de acuerdo con los objetivos de grado: |
Fomentar el
hábito lector en los estudiantes para mejorar en ellos la ortografía, la
escritura de textos y fomentar el espíritu crítico. |
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1. (Procedimental) Caracteriza los
roles e intenciones desempeñadas por los sujetos en el proceso comunicativo. 2. (Cognitiva) Desarrolla una
argumentación coherente, armónica y comunicativa. 3.
(Actitudinal)
Expone con claridad y honradez sus ideas en la comunicación. |
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Indicadores de desempeño: |
1. Utiliza el
discurso oral para establecer acuerdos a partir del reconocimiento de los
argumentos de sus interlocutores y la fuerza de sus propios argumentos. 2. Caracteriza los
diversos momentos de los capítulos del libro del período. |
Introducción:
¡Cordial saludo queridos estudiantes! Espero hayan descansado y
retomado nuevas fuerzas, apliquen nuevas estrategias de estudio y apliquen todo
su potencial en las guías.
Recuerden que las estas son el medio de aprendizaje, es una
herramienta esencial para trabajar con ellas en casa y en el colegio.
Por otro lado, les recuerdo que deben esforzarse por su caligrafía, y
ortografía, trabajen ordenadamente y sigan el paso a paso de las actividades a
desarrollar.
No olvides que, tus profes, te
queremos mucho.
Un abrazo gigantesco para ti y tu familia.
UNA
TEMPESTAD DE JUEGO
Y UNA TORMENTA DE VERDAD
S e entiende que al escuchar, Momo no hacía ninguna
diferencia entre adultos y niños, pero los niños tenían otra razón más para que
les gustara tanto ir al viejo anfiteatro. Desde que Momo estaba allí, sabían
jugar como nunca habían jugado. No les quedaba ni un solo momento para
aburrirse. Y eso no se debía a que Momo hiciera buenas sugerencias. No, Momo
simplemente estaba allí y participaba en el juego. Y por eso —no se sabe cómo—
los propios niños tenían las mejores ideas. Cada día inventaban un juego nuevo,
más divertido que el anterior.
Una vez, era un día pesado y bochornoso, había unos
diez u once niños sentados en las gradas de piedra esperando a Momo, que se
había ido a dar una vuelta, según solía hacer alguna vez. El cielo estaba
encapotado con unas nubes plomizas. Probablemente habría pronto una tormenta.
—Yo me voy a casa —dijo una niña que llevaba un
hermanito pequeño—. El rayo y el trueno me dan miedo.
— ¿Y en casa? —Preguntó un niño que llevaba gafas—. ¿Es
que en casa no te dan miedo?
—Sí —dijo la niña.
—Entonces, igual te puedes quedar aquí —respondió el
niño.
La niña se encogió de hombros y asintió. Al cabo de un
rato dijo:
—A lo mejor Momo ni siquiera viene.
— ¿Y qué? — Se mezcló en la conversación un chico con aspecto un tanto
descuidado—. Aun así podemos jugar a cualquier cosa, sin Momo.
—Bien, pero, ¿a qué?
—No lo sé. A cualquier cosa.
—Cualquier cosa no es nada. ¿Alguien tiene una idea?
—Yo sé una cosa —dijo un chico con una aguda voz de niña—:
podríamos jugar a que las ruinas son un gran barco, y navegamos por mares
desconocidos y vivimos aventuras. Yo soy el capitán, tú eres el primer oficial,
y tú eres un investigador, porque es un viaje de exploración, ¿sabéis? Y los
demás sois marineros.
—Y nosotras, las niñas, ¿qué somos?
—Vosotras sois marineras; se trata de un barco del
futuro.
¡Eso era un buen plan! Intentaron jugar, pero no
conseguían ponerse de acuerdo y el juego no funcionaba. Al rato, todos volvían
a estar sentados en las gradas y esperaban.
Entonces llegó Momo.
La espuma saltaba furiosa cuando la proa cortaba el
agua. El buque oceanográfico Argo cabeceaba majestuosamente en el oleaje
mientras avanzaba tranquilamente, a toda máquina, por el mar del Coral del Sur.
Nadie recordaba que un barco se hubiese atrevido a navegar por estos mares
peligrosos, llenos de bajíos, arrecifes de coral y monstruos marinos
desconocidos. Había aquí, sobre todo, lo que llamaban el «tifón eterno», un
ciclón que nunca descansaba. Recorría incansable esos mares buscando víctimas
como si fuera un ser vivo, incluso astuto. Su camino era impredecible. Y todo
lo que caía en las garras de ese huracán no volvía a aparecer hasta que quedaba
reducido a astillas.
Bien es cierto que la nave expedicionaria Argo estaba
muy bien preparada para un encuentro con el «ciclón andarín». Estaba hecha
enteramente de acero especial, azul, elástico e irrompible como una espada
toledana. Y, merced a un sistema de construcción especial, estaba fundido enteramente
de una pieza, sin ninguna soldadura.
Aun así, es difícil que otro capitán y otra tripulación
hubieran tenido el valor de exponerse a estos peligros. Pero el capitán Gordon
tenía mucho valor. Desde el puente de mando miraba orgulloso a sus marineros y
marineras, todos ellos grandes especialistas en sus respectivos campos.
Al lado del capitán estaba su primer oficial, don Melú,
un lobo de mar de los que quedan pocos; había sobrevivido a ciento veintisiete
huracanes.
Un poco más atrás, en la toldilla, se podía ver al
profesor Quadrado, director científico de la expedición, con sus dos
auxiliares, Mora y Sara, que merced a su prodigiosa memoria suplían bibliotecas
enteras. Los tres estaban inclinados sobre sus instrumentos de precisión y se consultaban
en su complicada jerga científica.
Un poco más allá estaba, en cuclillas, la bella nativa
Momosan. De vez en cuando el profesor le preguntaba acerca de algún detalle de
esos mares y ella le respondía en su hermoso dialecto hula, que sólo el profesor
entendía.
El objetivo de la expedición era hallar las causas del
«ciclón andarín» y, de ser posible, eliminarlo, para que esos mares volvieran a
ser navegables para los demás barcos. Pero, de momento todo seguía tranquilo, y
no había indicio de tempestad.
De repente, un grito del vigía arrancó al capitán de
sus pensamientos.
— ¡Capitán! —Gritó desde la cofa haciendo bocina con
las manos—. Si no estoy loco veo ahí delante una isla de cristal.
El capitán y don Melú miraron inmediatamente a través
de sus catalejos. También el profesor Quadrado y sus auxiliares se acercaron,
interesados. Sólo la bella nativa se quedó tranquilamente sentada. Las
misteriosas costumbres de su pueblo le prohibían mostrar curiosidad.
Pronto llegaron a la isla de cristal. El profesor bajó
del barco por una escala de cuerda y pisó el suelo transparente. Éste era
enormemente resbaladizo y al profesor Quadrado le costaba mucho mantenerse en
pie.
La isla era totalmente redonda y tenía un diámetro de
unos veinte metros. Hacia el centro se levantaba como una cúpula. Cuando el
profesor hubo alcanzado el lugar más alto pudo distinguir claramente una luz
titilante en su interior.
Comunicó sus observaciones a los demás, que esperaban,
atentos, apoyados en la borda.
—Según eso —dijo la auxiliar Mora—, debe de tratarse de
una Cestapuntia briscatresia.
—Puede ser —dijo la auxiliar Sara—, pero también puede
ser un Códulo leporífero.
El profesor Quadrado se enderezó, se ajustó las gafas y
gritó hacia el puente:
—En mi opinión, tenemos que vérnoslas con una variedad
del Comodus intarsicus común. Pero no podremos estar seguros hasta no haberlo
visto por debajo.
Al instante se echaron al agua tres de las marineras
que eran, además, submarinistas de fama mundial y que, mientras tanto, ya se
habían vestido con sus trajes de inmersión.
Durante un rato, no se vieron en la superficie del mar
más que montones de burbujas, pero de repente sacó la cabeza del agua una de
las niñas, de nombre Sandra, que gritó con voz entrecortada:
—Es una medusa gigante. Las otras dos submarinistas
están atrapadas entre los tentáculos y no pueden soltarse. Tenemos que
ayudarlas antes de que sea demasiado tarde.
Dicho esto, volvió a sumergirse.
Inmediatamente se lanzaron al agua cien expertos
hombres-rana a las órdenes del capitán Blanco, conocido por el apodo de «el
Delfín». Bajo el agua comenzó un combate increíble, y el mar se cubrió de
espuma. Pero ni siquiera esos valerosos marineros consiguieron librar a las dos
chicas de los terribles tentáculos. La fuerza de la gigantesca medusa era
demasiado grande.
—Hay en ese mar alguna cosa —dijo el profesor, con la
frente arrugada, a sus dos auxiliares— que provoca el gigantismo en los seres
vivos. Esto es sumamente interesante.
Mientras tanto, el capitán Gordon y su primer oficial
don Melú, que habían estado conferenciando, habían tomado una decisión.
— ¡Atrás! —Gritó don Melú—. ¡Todo el mundo a bordo!
Partiremos al monstruo en dos, si no, no podremos librar a las dos marineras.
El Delfín y sus hombres volvieron a subir a bordo. El
Argo retrocedió un poco y se lanzó después con toda su potencia avante, hacia
la medusa gigante. La proa del buque era aguda como una cuchilla de afeitar.
Cortó la medusa en dos mitades, sin que a bordo se notara apenas un pequeño
temblor. La maniobra no carecía de peligro para las dos submarinistas presas
entre los tentáculos, pero el primer oficial había calculado su posición con la
mayor exactitud y pasó por medio de las dos. Al instante, los tentáculos del
monstruo perdieron toda su fuerza y las dos prisioneras pudieron librarse de
ellos.
Fueron recibidas jubilosamente a bordo. El profesor
Quadrado se acercó a las dos muchachas y les dijo:
—Ha sido culpa mía. No debería haberos enviado.
Perdonadme por haberos puesto en peligro.
—No hay nada que perdonar, profesor —respondió una de
las chicas con una risa alegre—. Al fin y al cabo nos hemos embarcado para eso.
A lo que la otra chica añadió:
—El peligro es nuestra profesión.
Ya no quedaba tiempo para más palabras. Durante los
trabajos de rescate, el capitán y la tripulación se habían olvidado de observar
el mar. De modo que sólo ahora, en el último instante, se dieron cuenta de que
por el horizonte había aparecido el «ciclón andarín» que se dirigía a toda
velocidad hacia el Argo.
Llegó al barco una primera ola, impresionante, lo alzó
en su cresta y lo lanzó por una sima acuosa de cincuenta metros de profundidad,
por lo menos. De haberse tratado de una tripulación menos experta y valerosa
que la del Argo, en este primer embate la mitad habría sido arrastrada por la
borda, mientras que la otra mitad se habría desmayado. Pero el capitán Gordon
estaba bien plantado sobre el puente de mando, como si no hubiera pasado nada,
y toda la tripulación había aguantado del mismo modo. Sólo la hermosa indígena
Momosan, no acostumbrada a los peligros del mar, se había refugiado en un bote
salvavidas.
En pocos segundos se oscureció todo el cielo. El
torbellino se lanzó, ululante, sobre el barco, al que hacía saltar sobre las
olas como un corcho. Su furia parecía crecer de minuto en minuto por no poder
romperlo.
El capitán daba sus órdenes con voz sosegada, y su
primer oficial las repetía en voz alta. Incluso el profesor Quadrado y sus
auxiliares seguían junto a sus instrumentos. Calculaban dónde debía estar el
centro del tifón, pues hacia allí tenía que ir el barco. El capitán Gordon
admiraba en silencio la sangre fría de los científicos que, al fin y al cabo,
no conocían el mar como él y sus hombres.
El primer rayo cayó sobre el buque de acero, que quedó
cargado eléctricamente. Hacia cualquier parte que se extendiera la mano
saltaban chispas. Pero todos, a bordo del Argo. se habían entrenado durante
meses para ello. A nadie le importaba ya.
Lo único malo era que las partes más delgadas del
barco, cables de acero y barras de hierro, se ponían incandescentes como el
filamento de una bombilla, y eso dificultaba un poco el trabajo de la
tripulación, aunque todos llevaban guantes de amianto. Quiso la suerte que esa
incandescencia se apagara pronto, porque comenzó a caer una lluvia tal, como
nadie de a bordo —a excepción de don Melú— había visto jamás; una lluvia tan
espesa que pronto desplazó todo el aire respirable. La tripulación tuvo que
ponerse gafas y escafandras de submarinista.
Un relámpago sucedía a otro, un trueno a otro. La
tempestad ululaba. Se levantaban olas enormes y blanca espuma.
El Argo, con los motores a toda máquina, avanzaba metro
a metro contra la fuerza incontenible del tifón. Los maquinistas y fogoneros,
en el vientre del barco, hacían esfuerzos sobrehumanos. Se habían atado con
gruesas sogas para que los bruscos movimientos del barco no los lanzaran hacia
las fauces abiertas de las calderas.
Por fin llegaron al centro del tifón. ¡Qué espectáculo
se les ofreció allí!
Sobre la superficie del mar, liso como un espejo,
porque la propia fuerza del huracán barría las olas, bailaba un ser gigantesco.
Se sostenía sobre una pata, se ensanchaba por arriba y parecía realmente un
trompo del tamaño de una montaña. Daba vueltas con tal rapidez, que no se
podían distinguir los detalles.
— ¡Un Sum-sum gomalasticum! —exclamó entusiasmado el
profesor Quadrado, mientras se sujetaba las gafas, que la lluvia le hacía
resbalar una y otra vez.
— ¿Puede explicarnos esto un poco más? — Refunfuñó don
Melú—. Somos simples marinos y…
—No moleste ahora al profesor con sus observaciones —le
interrumpió la auxiliar Sara—. Es una ocasión única. Esa especie de trompo
animal procede, probablemente, de las primeras etapas de la evolución. Debe de
tener más de mil millones de años. Hoy no queda más que una variedad
microscópica que a veces se encuentra en la salsa de tomate y,
excepcionalmente, en la tinta verde. Un ejemplar de ese tamaño es, seguramente,
el único superviviente de su especie.
—Pero nosotros estamos aquí —gritó a través del ulular
del viento el capitán— para eliminar las causas del «tifón eterno». Así que el
profesor ha de decirnos cómo se puede hacer parar esa cosa.
—No lo sé —dijo el profesor—. La ciencia no ha tenido
todavía ninguna ocasión de investigarlo.
—Está bien —dijo el capitán—. Primero le dispararemos y
ya veremos qué pasa.
—Es una pena —se quejó el profesor— disparar sobre el
único ejemplar de Sum-sum gomalasticum .
Pero el cañón contraficción ya apuntaba al trompo
gigantesco.
— ¡Fuego! —ordenó el capitán.
De la boca del cañón salió una llamarada azul de un
kilómetro de longitud. No se oyó nada, porque, como todo el mundo sabe, el
cañón contraficción dispara proteínas.
El proyectil luminoso voló hacia el Sum-sum, pero cayó
bajo el efecto del trompo, se desvió, dio varias vueltas al monstruo y fue
arrastrado hacia lo alto, donde desapareció entre las negras nubes.
— ¡Es inútil! —gritó el capitán Gordon—. Tenemos que
acercarnos más.
—Es imposible acercarnos más —respondió don Melú—. Las
máquinas trabajan a toda potencia y lo único que logramos es que la tempestad
no nos empuje más lejos.
— ¿Tiene alguna idea, profesor? —preguntó el capitán.
Pero el profesor se encogió de hombros, al igual que
sus auxiliares, que tampoco sabían qué aconsejar. Parecía que la expedición
había fracasado.
En ese momento, alguien tiró de la manga del profesor.
Era la bella indígena.
— ¡Malumba! —dijo con gesto elegante—. Malumba oisitu
sono. Erbini samba insaltu lolobindra. Cramuna heu beni beni sadogau.
— ¿Babalu? —Preguntó sorprendido el profesor—. ¿Didi
maha feinosi intu ge doinen malumba?
La bella indígena asintió repetidamente y contestó:
— Dodo um aufu sulamat vafada.
— Oi oí —respondió el profesor, mientras se acariciaba
pensativamente el mentón.
— ¿Qué es lo que dice? —quiso saber el primer oficial.
—Dice —explicó el profesor— que en su pueblo hay una
canción antiquísima, con la que se puede hacer dormir al «ciclón andarín», si
es que alguien se atreve a cantarla.
— ¡Qué ridículo! —Refunfuñó don Melú—. Una nana para un
tifón.
— ¿Qué opina usted profesor? —Preguntó la auxiliar
Sara—. ¿Es posible una cosa así?
—No hay que tener prejuicios —dijo el profesor—. Muchas
veces hay un fondo de verdad en las tradiciones de los indígenas. Quizá haya
unas vibraciones sonoras determinadas que tienen alguna influencia sobre el
Sum-sum gomalasticum. No sabemos nada acerca de sus condiciones de vida.
—No puede perjudicarnos —decidió el capitán—. Tenemos
que probarlo. Dígale que cante.
El profesor se dirigió a la bella indígena y dijo:
— Malumba didi oisafal huna-huna, ¿vafadu?
Momosan asintió y comenzó a entonar una cantinela muy
peculiar que se componía de unas pocas notas que se repetían cada vez:
Eni meni allubeni
wanna tai susura teni.
Se acompañaba con palmadas y saltaba al compás.
La sencilla melodía y la letra eran fáciles de
recordar. Poco a poco, otros fueron haciéndole coro, de modo que, pronto, toda
la tripulación cantaba, batía palmas y saltaba al compás siguiendo el ritmo.
Era un espectáculo bastante sorprendente ver cantar y bailar como niños al
viejo lobo de mar don Melú y al profesor Quadrado.
Y sucedió lo que nadie había creído. El trompo
gigantesco empezó a dar vueltas más y más lentamente, se paró finalmente y
comenzó a hundirse. Con el ruido de un trueno se cerraron las olas sobre él. La
tempestad acabó de repente, el cielo se volvió transparente y azul y las olas
del mar se calmaron. El Argo se mecía plácidamente sobre las tranquilas aguas
como si jamás hubiera existido una tormenta.
— ¡Hombres! —dijo el capitán Gordon mientras los miraba
a la cara, uno a uno—. ¡Lo hemos conseguido! —nunca hablaba mucho, todos lo
sabían; por eso pesaba tanto más el que ahora añadiera—. Estoy orgulloso de
vosotros.
—Creo —dijo la chica que llevaba a su hermanito— que ha
llovido de verdad. Yo, por lo menos, estoy calada.
Es verdad que mientras tanto había descargado la
tormenta. Y sobre todo la niña con su hermanito se sorprendía de que había
olvidado tener miedo al rayo y al trueno mientras había estado en el barco de
acero.
Siguieron hablando durante un rato sobre la aventura y
se explicaban detalles, los unos a los otros, que cada uno había visto y vivido
para sí. Entonces se separaron para ir a casa y secarse.
Sólo había uno que no estaba del todo satisfecho con el
curso del juego: el niño de las gafas. Al despedirse le dijo a Momo:
—En el fondo es una lástima que hayamos hundido el
Sum-sum gomalasticum. ¡El último ejemplar de su especie! Me hubiera gustado
poder estudiarlo un poco más de cerca.
Pero en un punto estaban todos de acuerdo: en ningún
otro lado se podía jugar como con Momo.
Actividades:
1. Escribe las palabras
desconocidas y busca el significado. (ojo que hay unas que son creadas según el
lenguaje de uno de los personajes, no las confundas)
2. ¿Por qué en otro lugar
no se podía jugar como con Momo?
3. ¿Qué crees que ayuda a
despertar la creatividad en las personas? Piensa y escribe tus conceptos.
4. Escribe cinco valores
que resaltan en la amistad de momo y sus amigos.
Realiza la
ilustración del momento que más te haya llamado la atención en el capítulo y
explica el por qué. (coloréalo)
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